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Fuente:Diario Independiente de Asturias

El primer hito que marcó mi vida fue la muerte de mi padre, José María Izquierdo Rubín, primer neurocirujano de Asturias.

-¿Cómo murió?

-A las dos de la madrugada del 14 de noviembre de 1956, en un accidente de tráfico, cuando volvía de Gijón. Yo tenía 12 años recién cumplidos y estudiaba tercero de Bachiller. Me había despedido de él a las seis de la tarde, a la vuelta del Alfonso II, y al despertarme al día siguiente una tía me dijo que había sufrido un accidente y estaba muy grave. Me eché a llorar. A los veinte minutos añadió: «Subió al cielo».

-¿Cuántos eran de familia?

-Cinco hermanos; yo, el segundo.

-¿Cómo era su padre en casa?

-Duro. Hoy estaría en la cárcel por las cuatro palizas que me pegó, bien pegadas, a mano e injustas, hasta los 8 años. Se creía que hasta esa edad había que fijar algunas cosas. Le seguí, en parte y mitigando, cuando fui padre, porque eran otros tiempos. Le quería mucho. Cenaba con nosotros, nos cuidaba y era muy generoso con los Reyes Magos. Al perderlo, escribí en un cuaderno que quería morirme. Mi madre lo leyó y no le gustó: interpretó que le daba menos valor a ella, que quedaba.

-¿Fue lo primero que escribió?

-No, mi padre escribía y quería que escribiéramos. Una semana nos llevó de viaje por la cornisa cantábrica hasta San Sebastián y nos pidió que escribiéramos una redacción y que daría un premio a la mejor. Gané porque mis hermanas no escribieron; pero le gustó lo que hice.

-¿Cómo quedó la familia después de la muerte de su padre?

-No mal, pero hubo disminución económica. A los dos años, mi madre se volvió a casar. Su nuevo marido fue Lucas Pire, catedrático de Química Técnica y vicerrector eterno que conocía la Universidad de Oviedo como esas monjas de hospital que saben más que los directores y los médicos. Era muy conservador. Me contó que durante la Guerra Civil lo habían querido matar en Mieres. En general, fue un buen hombre con nosotros. A los ocho años se separaron, cosa que estaba muy mal vista, sobre todo para una persona como él, conservadora y con éxito social. Él tenía unos 60 años y mi madre andaba por los 40. Supongo que quería una vida tranquila y mi madre no se la pudo dar porque estaba enferma psíquicamente, sufría depresiones, era difícil de tratar?

-¿En qué le afectó a usted la muerte de su padre?

-El Colegio de Médicos me dio beca. Tenían un concierto con los Maristas de Valladolid y me internaron en cuarto de Bachiller. Me dio igual que mi madre se casara y se separara, pero el internado fue un trauma del que no me he recuperado.

-¿Por qué?

-Me arrancaron de una casa en la calle Santa Susana con una familia bien avenida y con dinero, que veraneaba en Luanco, para meterme entre gente maleducada y dogmática. En casa el ambiente era liberal para lo que se llevaba en los años cincuenta. Mi tía Josefina, de Gráficas Summa -la que fue mujer del profesor José María Martínez Cachero- iba a Francia, hablaba francés… Nos cuidaba una señorita, Marieli, francesa. A los 8 años yo había estado un verano en un colegio de ursulinas cerca de Nantes y había visto a las monjas bañarse en el mar, en Noirmoutier, y a los 13 estuve en la Universidad de Caen. En Valladolid me sentí profundamente desgraciado. Lloré todas las noches del primer trimestre. Echaba de menos a mi padre y la libertad de Oviedo. Odiaba aquella uniformidad. El día empezaba a las 6 de la mañana, con poca calefacción y estufa de piñones, entre chicos muy paletos y unos frailes que eran campesinos poco pulidos. De cincuenta frailes, sólo dos eran licenciados y se les notaba. Al director también? Pegaban mucho. Vi palizas enormes por malentendidos, por sacar malas notas. Y aquella pesadez religiosa, la obsesión con la pureza.

-Y usted con 13 años. Mal momento…

-Nunca fui pajillero y hacía mucho deporte, pero a esa edad creía lo que me decían de que si pecaba Dios me odiaba y que si moría en pecado iría al infierno. Lo cuento en mi primera novela «El nordeste riza la mar». Venía del instituto donde había profesores mejores y peores, pero de ambiente más liberal y nada fanático. Mis amigos de Luanco, cuando veraneaban diez familias, hicieron casi todos carrera. En Valladolid, de los 200 internos, 40 o 50 éramos huérfanos de médico, más cultos, cosmopolitas y mejor vestidos. El resto eran chicos de pueblos de Castilla a los que mandaban a estudiar. Los Maristas daban mejor educación, pero los jesuitas tenían mejores instalaciones deportivas.

-¿Acabó adaptándose?

-Sí, mucho por el deporte. Frontón, gimnasia, baloncesto a diario, fútbol, algo en el patio y los jueves, en campo. Fui del equipo titular del colegio y hacíamos exhibiciones de gimnasia. Comía regular? En casa teníamos cocinera, que era repostera, siempre había chocolate Nestlé -hice el álbum completo- y eso no tenía nada que ver con la alimentación del colegio. En primavera llegó el buen tiempo, el curso se iba a acabar y mis recuerdos mejoran.

-¿Sólo usted fue internado?

-Mi hermana mayor, Mary Luz, fue a un colegio a Madrid, pero se adaptó mejor con el apoyo de unos tíos de mucha relación.

-¿Cómo eran los retornos a Oviedo?

-Maravillosos. Sólo viví doce años seguidos en la ciudad, hasta que regresé a los 48 años; pero siempre tuve el arraigo espiritual aquí. Era el lugar donde había sido feliz y Luanco, su barrio de costa. Sin colegio, los recuerdos eran agradabilísimos.

-¿Cómo era su madre, María Rojo?

-La llamaba Meuri como una mala pronunciación de Mary, porque había nacido en Virginia (Estados Unidos). Mi abuelo, que era de Valladolid, había emigrado a Cuba, no le gustó y subió a EE UU. Luego hizo Gráficas Summa. Era de izquierdas? Pero ésa es otra historia. Mi madre murió, cuando yo tenía 23 años, de una insuficiencia renal producida por abuso de fármacos. A raíz de la muerte de mi padre tuvo depresiones y entonces estaba en el ambiente que los fármacos eran la solución. Mi madre era una lectora de la gran novelística francesa y rusa del XIX. Con ayuda en la sombra de Lucas Pire dirigía la revista médica «Yatros», que había fundado mi padre; luego la dirigieron mis hermanas y, más tarde, yo. Era una maestra que no había ejercido, enfermera de la guerra y sabía cosas de imprenta. «Yatros» tenía prestigio, publicidad y un administrador, Emilio Azcárate, amigo de la familia. A partir de la ley de Prensa de 1966 hubo que contratar a un periodista porque para dirigir una publicación especializada hacía falta un titulado de esa especialidad o en periodismo. Hice los dos últimos cursos de Medicina en uno para dirigir «Yatros». Al morir mi madre vendimos la revista a los Rubio Sañudo por medio de Graciano García. Editada de 1944 a 1971, está en la historia de la Medicina española y asturiana.

-¿Nunca pensó ser otra cosa que no fuera médico?

-Cuando quedé huérfano, todos decían: «Tienes que seguir el camino de tu padre y llegar a ser lo que no pudo ser él. Puedes aprovechar su instrumental y su prestigio». Entendí que debía ser así y que lo contrario sería darle un disgusto a mi madre.

-¿Cómo fue su carrera universitaria?

-Era jefe de la tuna, decano del colegio mayor y muy buen estudiante. Tenía una novia que me traía por la calle de la amargura, con la que luego me casé. Fue un noviazgo muy tormentoso que empezó en segundo curso.

-¿Seguía haciendo deporte?

-Jugué en el Valladolid juvenil y quería ficharme por el Valladolid. Si hubiera seguido, habría llegado a la selección nacional porque se me daba muy bien y tenía cabeza; pero entonces el fútbol ni estaba bien visto ni se ganaba tanto.

-Tuno, deportista, buen estudiante de Medicina. No le faltarían chicas. ¿Por qué sufría con su noviazgo?

-Estaba enamorado como un becerro, pero discutíamos y me disgustaba y afectaba al ánimo. Ella era buena chica y buena estudiante, pero difícil. Creo que nunca estuvo tan enamorada de mí como yo de ella. Me llevó tres años de conquista. A otros amigos no les pasaba lo mismo. La llamaba y me decía que no, le cogía la mano y me decía que no. Estaba muy influida por la religión? como yo hasta los 20 o 22 años. Nos casamos en Covadonga en 1968. Es pediatra. Tuvimos cinco hijos en 18 años. Nos separamos en 1986, cuando el pequeño tenía 7 años. Al año regresé a Oviedo.

-¿Cómo vivió la separación?

-Con alivio. Tengo una relación perfecta, dentro de lo humano, con mis hijos. Sólo me han dado satisfacciones. De 1987 a 1991 fui cada domingo a Valladolid para comer con ellos y pasamos juntos todos los meses de julio. Por ellos aprendí a cocinar. Tengo escrito un libro de cocina. Fui un padre rígido y duro porque me habían educado así. Di algún azote y castigué al cuarto oscuro o contra la pared. Mi hijo mayor, profesor titular de Ingeniería, me dijo que hubo más luces que sombras. Fueron estudiantes magníficos. Marta tuvo el mejor expediente de Medicina de España.

-Usted no vivió demasiado con sus hermanos. ¿Qué relación tiene?

-Buena. Mary Luz es licenciada en Filosofía y Letras. María, profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Granada, fue diputada socialista, secretaria de Estados para las Comunidades Autónomas y eurodiputada. Marta, más de ciencia e investigación, es catedrática de Biología Molecular en la Universidad Autónoma de Madrid. Segis, el pequeño, no estudió, se quedó con la imprenta, pero no cuajó. Le saco ocho años, hemos convivido poco, pero la relación es buena.

-¿Dónde está usted ideológicamente?

-Con Ortega cuando dice que ser de izquierdas o de derechas es sufrir una hemiplejia mental. Soy más de izquierdas en la ayuda a la muerte digna y en que soy agnóstico y poco clerical, pero en la vida civil prefiero la derecha. Nunca he militado. El 22-M no voté. Besteiro y Churchill aparte, no admiro el oficio de la política.

-Su defensa de la muerte digna tiene un discurso de la vida más amplio.

-Escrito en mis «Ensayos de biofilosofía». Soy partidario de la eutanasia, de la buena muerte, ¿quién no?

-La Iglesia católica.

-Si son partidarios de la muerte que Dios quiere, esa también es su buena muerte. A nadie se le va a obligar a ponerse una inyección. Soy absolutamente contrario al aborto porque mata a un ser inocente e indefenso que no decide, que es lo contrario de una persona que ya ha vivido y está condenada a muerte pronto. Soy partidario de la ayuda al suicidio. Estoy escribiendo una novela sobre esto. El hombre ha resuelto casi todos sus problemas en la vida -el techo respecto a las cuevas, el alimento con agricultura y ganadería?- pero no el problema de la muerte porque no ha querido. Hace años nos casábamos con quien nos decían y hoy nos casamos con quien queremos. Si hemos solucionado el amor, solucionemos la muerte.

-¿Cuándo empezó a escribir?

-Cuando llegué a mi techo en la neurocirugía. Era profesor titular, llevaba once años de jefe de servicio del Hospital Clínico de Valladolid, había sido secretario de la Sociedad Española de Neurocirugía. Empecé a dejar de tener ambiciones profesionales. A los 43 años vi que había un premio «Dolores Medio». Hay varios factores para que escriba y la vanidad no es el último: permanecer, divertir, entretener y disfrutar. Disfruté mucho con Cela, Baroja y Campmany. «Clarín» también.

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